Relato: El Bar de Sake

 


Tokio es una ciudad con más de diez millones de habitantes. Si se cuenta el área metropolitana la población de Tokio sube a ser más de treinta millones. Es una ciudad que tiene mucho movimiento, sin embargo, millones de personas viven sólo entre sus trabajos agotadores y sus cuartos de treinta metros cuadrados. Ese también era el caso de Takashi.

Takashi trabaja para una de las empresas más grandes de Japón. Es una empresa con mucho éxito en el mundo y tiene sucursales por todos los continentes. Sus productos son de alta calidad y generan ingresos muy altos a la empresa y sus accionistas. Sus trabajadores también recibían un buen sueldo. Por esa razón, Takashi, a pesar de tener sólo 25 años, ganaba ya un buen sueldo y se podía dar los lujos que quería. Lamentablemente le faltaba el tiempo para ello, ya que trabajaba de lunes a viernes entre diez a catorce horas. A veces se llevaba el trabajo a la casa y trabajaba también los fines de semana. Y si tenía tiempo libre, no realizaba muchas actividades.

Desde que estaba en el colegio tenía que aprender mucho. La competencia en Japón es muy alta. Y la educación muy fuerte. Por eso, ya desde niño, la mayoria de su tiempo se dedicaba a estudiar. En la universidad ese ritmo aumentó incluso aún más, ya que la etapa laboral se acercaba. Apenas quedaba tiempo para el deporte. Y la competencia entre los estudiantes hacía queno se crearan vínculos muy fuertes entre ellos. Takashi era respetado por su rendimiento universitario, y su camino a entrar a una gran empresa y conseguir un trabajo seguro era prometedor.

Con 22 años ya había acabado la universidad y una de las mejores de Japón le ofreció un puesto muy bueno. El prestigio y la seguridad, que es la meta de todas las personas que Takashi conocía como también la de Takashi, era lo que ofrecía un puesto así. Así empezó Takashi su gran aventura en el mundo laboral, a sus 22 años de edad, con toda la energía del mundo y sueños aún por cumplir. Tres años después Takashi se preguntaba que el camino que tanto quería alcanzar no terminaba con conseguir el trabajo deseado. Ahí recién empezaba la vida. Y las obligaciones aumentaban sin cesar. Y la escalera por escalar era inmensa. Él, aún a sus 25 años, seguía escalando, buscando llegar aún más alto, cumpliendo todas sus tareas de manera ejemplar, y sacrificando su tiempo libre por la empresa.

Regresando a su trabajo, que significaba viajar veinte minutos con el tren y luego quince minutos de camino a pie hasta su departamento, Takashi se preguntaba si eso era todo. ¿Cuándo volverá a sentir aquella gran sensación que sintió al dejar la universidad? ¿O aquella sensación al empezar su nuevo trabajo? Luego trataba de despejar esos pensamientos y se respondía él mismo diciendo que el siguiente ascenso sería increíble. Ver la admiración de sus colegas de trabajo, escuchar la voz de orgullo de su padre y madre. Escuchar los gritos de emoción de sus amigos. El siguiente ascenso será muy emocionante.

La rutina de Takashi era muy parecida. Siempre caminaba desde la estación de tren a su casa. Un día, para ser exactos un martes, Takashi se dió cuenta de que había una tienda muy bonita. No era muy grande, pero se veía cómoda y acogedora. Pensó en entrar allí, pero le dio vergüenza entrar a un bar sólo. Era un bar de Sake. Entrar a un bar de Sake con su traje de trabajo, y sólo, lo hacía sentir muy raro. Y así pasaron las semanas hasta que semanas después, Takashi se decidió entrar, y tomarse un trago de Sake. Él estaba algo cansado de la rutina, y ese bar se veía acogedor, bueno como para romper esa rutina. Y así probó su primer Sake.

Poco a poco, ir al bar de Sake los martes después del trabajo se convirtió en su rutina. A veces se encontraba con caras conocidas, a veces no. Pero ya era una sensación bonita. Y Takashi aprendía más de otro mundo. El mundo de simplemente sentarse en un lugar y conversar con gente sin pensar qué hacen, cuánto ganan, o dónde viven. Era una sensación acogedora. Quizá sea el efecto del alcohol del Sake, o el ambiente, o las personas, pero Takashi se sentía relajado. Era como si no importara su trabajo ni sus estudios. Sentía que ahí se mostraba como él era. Y que los demás se mostraban como ellos eran.

Takashi empezó a realizar que los bares tienen un atractivo que no se encuentra en ningún lugar. Era algo muy humano. Algo muy simple, natural, y a la vez salvaje. En ese lugar peculiar él empezó a tener conocidos, tanto hombres como mujeres. Se habían bromas, hablaban de cosas triviales, pero que a cada uno los ocupaba de una manera muy fuerte. "Yo quisiera poder dormir más." - "Los sábados me siento muy cansado." - "Mi jefe trabaja aún más que yo." - "No me gusta mi traje de trabajo" - "Me gustan mucho la hamburguesas" - etc. Un día, en la pequeña televisión del local, salió la noticia de que una nueva enfermedad había aparecido en Wuhan, y que el número de infectados estaba aumentando.

A penas un par de meses después, Tokio ya tenía varios infectados, y el gobierno ordenó el cierre de todos los locales que fueran focos de infección. Entre ellos el Bar de Sake. Takashi, que había encontrado un lugar maravilloso, pensó que sólo sería una o dos semanas. Un mes después la situación no mejoraba. Un martes, con la esperanza de ver el bar abierto, una ilusión tonta que a veces nos obliga a mirar otra vez algo, Takashi pudo leer en la puerta del Bar de Sake: "Clausurado permanentemente."

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